Nuestra Poderosa Arma

En Jeremías, el Señor nos amonesta a orar, diciendo: Entonces ustedes me invocarán, y vendrán a suplicarme, y yo los escucharé. Me buscarán y me encontrarán cuando me busquen de todo corazón. (Jeremías 29:12-13)

A cada uno de nosotros le gustaría ver cosas grandiosas y poderosas de Dios. Sin embargo, si fallamos en orar, entonces nunca experimentaremos completamente el poder de Dios en nuestras vidas.

La oración es nuestra declaración de fe en un Dios poderoso. Cuando oramos, reconocemos nuestra necesidad de él y nuestra dependencia solo de él. Llamar a Dios también declara nuestro deseo de sabiduría, guía y protección.

Tenemos el asombroso privilegio de entrar a la presencia de Dios a través de la oración. Es aquí donde descubrimos la voluntad de Dios para nuestras vidas y recibimos su poder para que podamos enfrentar victoriosamente al enemigo de nuestras almas.

En esta vida, habrá momentos en que lucharemos con sentimientos de decepción. En esos momentos, podemos sentirnos tentados a preguntarnos cómo la vida terminó siendo tan injusta. Si no tenemos cuidado, nuestro enfoque espiritual cambiará y nos preguntaremos: “¿Por qué orar?”

Nunca permitas que esta actitud descanse en tu corazón. La oración es nuestra poderosa arma de victoria. Es una cuestión de voluntad en lugar de emoción o intelecto. Cuando el fondo se cae de la vida, debemos estar más decididos que nunca a orar.

En las Escrituras, Pablo nos recuerda que una batalla espiritual se desarrolla a nuestro alrededor (2 Corintios 10: 3-4). Sin embargo, no estamos indefensos. La oración es un arma poderosa y segura. Por lo tanto, podemos orar y por fe saber que Dios nos escucha cuando lo llamamos.

Oración: Padre, eres un Dios poderoso, y reconozco mi necesidad de Ti y mi dependencia de Ti. Oro por Tu voluntad para mi vida. Puedo recibirlo con alegría y acción de gracias sabiendo que me amas. Yo oro en el nombre de Jesús Amén.

Pues aunque vivimos en el mundo, no libramos batallas como lo hace el mundo. Las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder divino para derribar fortalezas. (2 Corintios 10: 3-4)