Acércate

La Biblia nos dice: “Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes”. (Santiago 4:8a)

Esta promesa es tanto alentadora como animadora. También nos recuerda la responsabilidad que tenemos en nuestra relación con Dios.

La frase “acercarse” significa, muy simplemente, acercarse a una cosa. Si te acercas a Dios, dice Santiago, Dios mismo vendrá a estar cerca de ti.

Eso parece un poco redundante al principio. Si te acercas a alguien o algo, por supuesto que naturalmente también se acercarán a ti, pero Santiago está describiendo una relación espiritual, no una proximidad física.

Podríamos pensar en la parábola del hijo pródigo y en la resolución del hijo en esa parábola de reunirse con su padre. Dejando el país lejano en el que había buscado hacer un hogar, regresa a la casa de su padre. A medida que se acerca a la casa, su padre lo ve desde lejos, y en lugar de esperar a que el hijo cubra toda la distancia, el padre sale corriendo de su lugar para saludar al hijo y abrazarlo (Lucas 15: 11-32). El hijo procuró acercarse a su padre, y el padre a su vez se acercó a él.

Este es el deseo de Dios.

Él quiere que vengamos a Él. Pero a medida que comenzamos ese viaje, no deberíamos imaginarnos a Dios esperando al final del camino, tocando con los dedos de los pies con impaciencia para vernos llegar a donde debemos estar. Más bien, Dios está, metafóricamente hablando, corriendo para encontrarse con aquellos que sinceramente se están acercando a Él.

Lo que plantea la pregunta: ¿qué significa acercarse a Dios? ¿Cómo hacemos tal cosa en la práctica? ¿Cuál es la aplicación práctica de la metáfora?

A veces hablamos de acercarnos a Dios en la adoración, en la oración, en el canto o en Su palabra. La Biblia nos dice que nos acerquemos al trono de Dios confiadamente, y el contexto y significado de la declaración parece indicar oración y adoración (Hebreos 4:16). Nos acercamos al trono de Dios para pedirle y alabarle. Pero hay razones para pensar que Santiago puede tener algo diferente en mente cuando nos dice que nos acerquemos a Dios en Santiago 4:8. Por un lado, está el contexto más amplio de la declaración.

El pasaje más completo nos dice: “Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes. ¡Límpiense las manos pecadores! Y ustedes, los doble ánimo, ¡purifiquen su corazón!” (Santiago 4:8) Santiago también dice: “Sométanse a Dios”, y “Humíllense ante el Señor, y Él los exaltará”. (Santiago 4:7a, 10)

Nuevamente, la instrucción de Santiago recuerda la parábola antes mencionada enseñada por Jesús. El hijo pródigo se había alejado mucho de donde debería haber estado. Estaba reducido y desamparado, envidiando a los cerdos y anhelando un estado mejor. Jesús dice acerca de este joven, “finalmente, recapacitó”. (Lucas 15:17) Reconoció la locura de su situación y resolvió cambiarla. Dio media vuelta y partió para su casa, humilde, penitente y reconociendo su error.

Santiago nos está diciendo que si queremos acercarnos a Dios, esto es lo que también debemos hacer. Necesitamos desear manos limpias y un corazón limpio. Tenemos que buscar la pureza en nuestras vidas. Debemos humillarnos ante Dios. En resumen, tenemos que arrepentirnos.

Sin arrepentimiento, no hay salvación (Lucas 13:3; Hechos 2:38). Si no podemos admitir nuestros propios pecados, defectos y errores, y habiéndolos admitidos, decidir dejarlos atrás, desechándolos (Hebreos 12, 1), no podemos acercarnos a Dios. Es el pecado lo que nos separa de Dios (Isaías 59:2). Si queremos estar cerca de Dios y tener esa relación con Dios, entonces tenemos que deshacernos de lo que está poniendo distancia entre nosotros.

Pero nunca debemos pensar que Dios está desinteresado en nuestros intentos, requiriendo que hagamos el viaje solos. Si tenemos un corazón arrepentido, Dios corre a nuestro encuentro para perdonarnos y darnos la bienvenida a casa. Es el padre de la parábola, movido por la emoción, el amor, el dolor y la alegría para cerrar la brecha entre él y el hijo penitente y humillado. Él nos ha mostrado esto a través del sacrificio de Jesús: Su voluntad de hacer lo que sea necesario para perdonarnos.

Todo lo que se necesita de nuestra parte es un paso. Un paso humilde en la dirección correcta, la disposición a preguntar, “¿qué debo hacer?”, y luego la resolución de obedecer (Hechos 2, 37-38).